“El Sur Andino crucificado”
Por: Jackeline Castillo Jayme
Dolor. No hay nada más íntimo que el dolor. Estamos habituados a compartir estados de bienestar y felicidad con espontaneidad, pero nos cuesta hacer del dolor un asunto colectivo: porque nos raja, nos quiebra, nos pone a expensas del otro y nos conecta con lo irreparable de nuestras vidas, la futilidad de la existencia humana. Con esa huella innata pasamos nuestros días y nos negamos a aceptar que existe. Escamoteamos el sentido igualitario de la muerte. Sin embargo, hay dolores de muerte que se clavan como un dolor crónico, como una daga en la garganta, porque la muerte con alevosía es desprecio a la vida.
Treinta y seis impactos de perdigón atravesaron el cuerpo de Rosalino Flores de 22 años, su vía crucis y el de su familia acabó a casi dos meses de haber sido hospitalizado, hace quince días. Rosalino murió en el tiempo de cuaresma, frente a un poder político inmisericorde. Los perdigones de la policía ingresaron como una lanza que le reventó el vientre al punto de que los médicos tuvieron que sustraerle más del sesenta por ciento de los intestinos. Le afectaron también otros órganos, pulmón, riñón e hígado. En su lecho, donde calentaba la muerte infame que le dieron, le decía a su hermano mayor: “¡Quiero comer!” Y no podía. El 11 de enero de este año, durante las protestas contra el gobierno de Dina Boluarte, en la ciudad del Cusco, Rosalino cayó postrado en cama. Se había guarecido detrás de un árbol, pero la policía lo divisó, lo persiguió y, a menos de tres metros de distancia, le disparó.
Antes de Rosalino, hubo sesenta compatriotas muertos en medio de la ferocidad con la que ha actuado este gobierno frente a quienes exigían el cumplimiento de las promesas y recordaban demandas postergadas por décadas, ¿acaso dos centurias? La indignación se exacerbó por el recrudecimiento del racismo y la discriminación de su actual clase dirigente que se afana y se ufana de mantener políticas inclusivas bajo un modelo “democrático”, no obstante, esto resulta excluyente para miles de indígenas y campesinos, principalmente. Para las mayorías.
Contrariamente a la proclamación del Reino de Dios, que es justicia, paz y amor, las autoridades y gobernantes han disparado a mansalva por estos reclamos, especialmente hacia el sur, acusado de promover la descolonización del sistema. Su mayor pecado ha sido el intentar subvertir el orden, como lo hizo Jesús, quien cuestionó el orden imperial y a través de su Buena nueva optó por la defensa de las personas más pobres, las sufrientes, las personas marginadas de aquel tiempo, y cuyo mensaje nos cuestiona y convoca.
Esperamos tras su muerte la tan ansiada resurrección para que su Reino venga a nosotros. Esa utopía se está construyendo en el aquí y ahora. En tanto escribimos estas líneas, la memoria de este dolor crónico camina por las calles de la ciudad de Lima. Un sector evangélico ha decidido salir del sanedrín y hacer memoria de este dolor, como un derecho y un deber de denunciar las injusticias y las violencias. Hermanas y hermanos llevan como estandarte los rostros de quienes han caído durante las protestas; mujeres, hombres, adolescentes, jóvenes, adultos de las regiones andinas de Apurímac, Arequipa, Ayacucho, Cusco, Junín y Puno, también del litoral del Pacífico, La Libertad y Lima. Estos evangélicos hacen suyo el mandato de levantar la voz y hacerles justicia, defender a los pobres y necesitados (Proverbios 31:9). Con este acto, se niegan en aceptar que las sesenta y una vidas cegadas no nos afectan como personas humanas; sino más bien, reafirman la vida, para que nunca más sucedan muertes injustas ni indignas.
La impiedad ante Jesús en el camino al calvario nos recuerda a la impiedad en el Perú de estos días. El dolor nacido hace cuatro meses persiste y solo sanará en la esperanza del Reino de Dios, en su justicia y paz, pues sin estos valores nuestras y nuestros compatriotas permanecerán insepultos bajo la opresión de la tiranía. Mientras eso ocurre pongamos atención porque la memoria de un pueblo y las atrocidades que se cometen contra este no se clausuran con el cinismo institucional ni la manipulación mediática; por el contrario, se renueva y fortalece. La memoria interpela y sana.
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