“¿Qué mujer … no … busca … hasta encontrar?”
Libro publicado por El Seminario Bíblico Latinoamericano, editado por Doña Irene Foulkes, donde aparece un escrito de Doris Stam y otras mujeres en Centroamérica y el Caribe
La mujer en Lucas 15
Doris Stam
En el capítulo 15 de Lucas tenemos tres parábolas de búsqueda: un pastor busca una oveja extraviada, una mujer busca una moneda perdida, y un padre busca en el horizonte al hijo pródigo.
Frente a este texto bíblico, la mujer cristiana de hoy también emprende una búsqueda, la de sentidos específicamente relacionados con su doble condición de mujer y cristiana. Como mujer, tradicionalmente ha sido discriminada en la sociedad y busca en la Palabra la expresión de aceptación y apoyo. Como cristiana, necesita alimentarse espiritualmente y busca identificarse con las situaciones de promesa y compromiso que se encuentran en las Escrituras.
1.Mujeres protagonistas en la Biblia
Nuestra práctica de recorrer la Biblia, prestándoles una atención especial a todas las mujeres mencionadas en el Antiguo y Nuevo Testamentos, es normal y legítima. De esta forma estamos reconociendo que en la medida en que nos identifiquemos con las protagonistas de la Biblia, podremos apropiarnos más profundamente del significado de los muchos mensajes que ellas tienen para nosotras como mujeres. De ahí nuestra reflexión sobre el papel de Eva, el liderazgo de Débora, el servicio de Dorcas, la equivocación de Marta, por mencionar solo unos pocos ejemplos.
2. Escasa presencia de la mujer
Con esta perspectiva, atraídas por una mujer protagonista, nos acercamos al relato de la mujer y la moneda, en Lucas 15. En seguida notamos que este relato forma parte de un discurso extenso, una trilogía de parábolas de extensión desigual. Dentro del conjunto de las tres parábolas, ¿qué peso tiene la de la mujer y la moneda perdida? La Biblia Latinoamericana, versión que generalmente saca del anonimato a los marginados, no le otorga ni título propio. Aparece allí como una colita de tres versículos agregados a la parábola de la oveja perdida. Y la parábola del hijo pródigo se traga más de las dos terceras partes del espacio total. ¡Podríamos decir que en este texto acerca de cosas perdidas también se ha perdido la mujer!
No nos sorprende la ausencia de las mujeres en la parábola del pastor (en griego ni aun la oveja tiene forma femenina), pero en la tercera parábola, un cuadro familiar, una presencia femenina sería lo más normal. Sin embargo, brillan por su ausencia la madre y cualquier hija que pudiera haber formado parte de aquella familia… Peor todavía, en el versículo 30 sí hay una alusión a la mujer: ¡las prostitutas que contribuyeron a la desgracia de aquel hijo pródigo! Además, esta parábola no podría haber comenzado de una forma más masculinizada: “Un hombre tenía dos hijos varones…”.
También el relato de la mujer y la moneda nos podría decepcionar, si quisiéramos ver en él a una mujer completamente integrada a una sociedad igualitaria. Nuestra mujer anónima es terriblemente tradicional: una mujer con escoba, dentro de los confines de su casa. Y cuando quiere comunicar la buena noticia del hallazgo, la comunica solamente a sus amigas y vecinas mujeres, por las restricciones que su mundo social le impone.
Este ejercicio nos ha servido como una especie de exorcismo de los deseos de ver en el texto lo que no puede estar allí, por cuanto el texto refleja la realidad social de la época. Pero nos hace bien confrontarnos así con el texto, porque de esta manera nos damos cuenta del tremendo contraste entre la “normalidad” del bajo perfil de la mujer y el carácter tan revolucionario del trato de Jesús para con ella: su conversación con la samaritana, o su valoración de la reflexión teológica de María por encima del servicio doméstico de Marta, por ejemplo.
3. Los destinatarios de las parábolas
Pero, ¿no es Jesús quien está hablando en Lucas 15? Sí, pero está hablando a un grupo de varones: fariseos y escribas (¡no hay ninguna mujer en este grupo!). Es importante para el buen pedagogo Jesús comenzar con una pregunta que involucre a su audiencia: “¿qué hombre entre ustedes… si pierde una oveja… no busca hasta encontrarla?”. Paralela a esta pregunta está la que introduce la segunda parábola: “¿qué mujer que pierde una dracma…?”. Es obvio que la parábola de la mujer y la moneda no invita a la identificación de los fariseos y escribas con la protagonista. Para ellos este segundo relato servirá de simple refuerzo del mensaje.
Es probable que todavía esté presente el primer grupo mencionado al comienzo del capítulo: los cobradores de impuestos y los pecadores (aquí sí habría mujeres – las pecadoras). A los fariseos les molestó mucho la presencia de esa gente, tanto porque esta chusma se atreve a acercarse, como por el hecho de que Jesús los recibe, hasta come con ellos (una señal de plena aceptación). El rechazo del fariseo hacia el pecador hace que también rechace a Jesús, por el delito de la asociación ilícita. La incapacidad de perdonar y celebrar es precisamente lo que motiva a Jesús a narrar los tres relatos tan apropiados, a oídos de todo un grupo grande, pero dirigidos en primer término a los líderes religiosos, un grupo de hombres quienes se preocupan más por mantener el sistema que por la vida de las ovejas.
4. La identificación: principio psicológico y pedagógico
También la forma en que se presenta el mensaje corresponde a una pedagogía idónea. Una parábola invita al interlocutor a compararse con algún personaje del pequeño drama. En Lucas 15 la invitación a la identificación que ya hemos visto en la pregunta de enganche es un factor que altera el orden en que se encuentran las tres parábolas. Un orden sicológico suplanta el orden lógico.
¿Cuál sería ese orden lógico? En primer lugar, ha que reconocer la propiedad de la posición de la parábola del hijo pródigo. Es el relato más elaborado, con una complicación en la trama muy significativa: la reacción negativa del hermano mayor. Si se deja para el final, se logra un efecto climático, y si lo razonable es una progresión de los más sencillo a lo mas complejo, el relato de la mujer y la moneda debiera servir de arranque ideal. Su trama es la más reducida, y su lección final es la más básica: “hay alegría delante de los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte” (v.10). Compárese la conclusión más elaborada de la parábola de la oveja: “hay más alegría en el cielo por un solo pecador arrepentido que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión” (v.7).
También podríamos espera cierta progresión en el carácter del objeto perdido y encontrado. La moneda es un objeto inanimado; la oveja, animado-animal (capaz de extraviarse); y el hijo, animado-humano (capaz de extraviarse y arrepentirse). Según este criterio semántico, podríamos esperar un orden que ascendiera hacia un clímax; o sea, la moneda perdida de la mujer, luego la oveja perdida, y por último el hijo perdido. Sin embargo, de nuevo pesa más el principio de identificación inicial con la audiencia masculina, y se “altera” un posible ordenamiento, con el resultado de que la mujer y su moneda se “esconden” entre los dos relatos.
En el relato del hijo pródigo hay un juego de identificación más complejo. El oyente comienza por identificarse con el padre, pero se opera un traslado de identificación cuando el hermano mayor comienza a quejarse en los mismos términos de los fariseos murmuradores: ¿por qué hacer fiesta por un pecador? Jesús come con pecadores. Tanto el hermano mayor como los fariseos y escribas se encierran en un resentimiento que es la negación de la alegría.
5. La mujer en el evangelio de Lucas
Ahora, si comparamos el evangelio de Lucas con los de Marcos y Mateo, notamos que Lucas habla mucho más sobre la mujer. En primer lugar, con referencia a nuestro texto, Mateo utiliza la parábola de la oveja perdida sola, mientras Lucas yuxtapone una similar con una mujer protagonista. También Lucas incluye la curación de una mujer a la par de la de un hombre (Lc. 13 y 14). Y solamente Lucas nos relata el cuadro tan revelador de la perspectiva de Jesús sobre el comportamiento de María y Marta, en aquella memorable visita a su hogar (Lc. 10:38-42).
¿Qué motivo tendría Lucas para incluir más material sobre la mujer? En un estudio sobre “La Mujer en el Nuevo Testamento”, incluido en Religión y Sexismo (editado por Rosemary Radford Ruether, NY: Simon y Schuster, 1978), Constance F. Parvey sugiere que Lucas está consciente del gran número de mujeres entre los nuevos discípulos y quiere que su evangelio sirva de catequesis eficaz tanto para ellas como para los varones. O sea, de nuevo interviene el principio de identificación, esta vez para determinar la selección de material fácilmente asimilable.
Si Lucas incluyó la parábola de la mujer de la moneda perdida especialmente para nosotras las mujeres, debemos fijarnos bien en la acción de esta hermana nuestra. De ella nos dice que busca cuidadosamente hasta encontrar la moneda. No se trata de una congoja sin dirección. Al contrario, ella da pasos concretos en la solución de su problema. Enciende una lámpara con la esperanza de que la moneda de plata refleje la luz y así la descubra. Las casas humildes de Palestina, las más comunes, eran muy oscuras: paredes gruesas contra el calor, con pocas aperturas y con una puerta muy baja. La moneda todavía no se ve; a lo mejor está tapada por el polvo de un piso de tierra – solo barriendo “con cuidado”, para destaparla sin volverla a cubrir de polvo, podrá encontrar la dracma en aquel humilde hogar.
La dracma, moneda griega, nos recuerda la penosa dominación imperialista del área durante siglos, por una tras otra potencia extranjera. Por esta situación, los recaudadores de impuesto, los publicanos mencionados en el primer versículo, eran gente tan despreciable. Se les consideraba traidores, colaboradores oportunistas de los extranjeros, y de ahí surgió la frase hecha, “cobradores de impuestos y pecadores”. Ellos sí pueden compartir una mesa entre sí, igual que comparten el repudio de parte de los legalistas fariseos y escribas.
Esta moneda perdida y recuperada, ¿habría sido destinada a pagar impuestos? Una dracma equivale, aproximadamente, al denario – el sueldo de un día de trabajo (¡de algún hombre, claro está!). ¿O estaban reservadas las diez dracmas para ofrecerlas en dote (junto con algunas ovejas y cabras) para conseguir novio para una hija? Es posible que la mujer llevaba las dracmas, atractivas monedas de plata, como ornamentación. Así sería fácil que inadvertidamente se le cayera alguna.
Es notable que, aunque el pastor habla en el v. 6 de “mi oveja perdida”, la mujer habla en el v. 9 de “la dracma que perdí”. ¿Debemos ver en el uso del verbo en primera persona (“perdí”), en contraste con la expresión del pastor (“oveja perdida”), algún indicio de sentido de culpa? La inseguridad de una mujer que no sepa medir su propio valor podría ver en un extravío accidental una penosa irresponsabilidad. Parece que el dinero estaba a su cuidado y no era de su propia posesión, situación que aún hoy es frecuente. ¿Cuántas mujeres centroamericanas tienen toda la responsabilidad de hacer estirar el presupuesto para cubrir las necesidades del mes, sin tener la satisfacción de poder considerar que algo les pertenece por haberlo ganado con su esfuerzo?
De todas maneras, está más marcada la actitud positiva de esta mujer. No sabemos si primero les comunicó a sus amigas y vecinas la mala noticia de la pérdida, pero sí nos damos cuenta de que ella comunicó la buena noticia del hallazgo, acompañada de un imperativo, “¡Alégrense conmigo!”. Si estuviéramos nosotras en una situación parecida, ¿correríamos a compartir la buena noticia? ¿O nos contentaríamos con un suspiro de alivio? Hoy pecamos de excesiva privacidad, especialmente cuando se trata de divulgar asuntos monetarios personales. O nos falta ánimo y decimos “¡No es para tanto!”. El espíritu comunitario y el entusiasmo de esta mujer nos retan a seguir su ejemplo.
Tenemos que aprender a vivir en comunidad – no una comunidad exclusivamente femenina como la de esta mujer, sino una entusiasta y esperanzada comunidad de mujeres y hombres que buscan comprenderse e involucrarse en proyectos de shalom para los publicanos y pecadores de nuestra sociedad. Tenemos que realizarnos, encontrarnos. Si perdemos algo valioso, lo buscamos; y si como mujeres nos damos cuenta de que no poseemos el espacio necesario para ser buenas discípulas, también debemos buscarlo.
Gracias, Lucas, por darnos a las mujeres más espacio en tu evangelio-manual; buscaremos la forma de realizarnos plenamente como discípulas dentro de nuestra comunidad centroamericana tan necesitada.
Artículo tomado de:
Foulkes, Irene, ed., Teología desde la mujer en Centroamérica. SEBILA: San José, Costa Rica, 1989, pp. 147-153.
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