La toma de Jerusalén: Domingo de Ramos
Por: Manuel Obeso
Es Semana Santa, Domingo de Ramos ha terminado pero la memoria empezó a fermentar. Jesus de Nazaret, el profeta galileo junto a sus discípulos entró a Jerusalén y dirigiéndose al corazón de la vida social, política, económica y religiosa del país, el Templo, realizó una simbólica “toma de Jerusalén”.
Años antes, era la época de Cesar Tiberio, de Pilato, de los Herodes, de los sumos sacerdotes Añas y Caifás; el Nazareno había comenzado una tarea, no por todos comprendida, de anunciar la cercanía del reino de Dios. Un hecho que implicaba el comienzo del fin de un sistema de vida ajeno a la voluntad del Padre. Y, lógicamente, para establecer el reino de Dios, Jesus lo sabía bien, había que tomar Jerusalén de un modo indubitable.
Jerusalén, la ciudad donde convergían el vasallo poder judaíta y el poder imperial, para mantener un orden de cosas con claras marcas de corrupción, discriminación y explotación; tenia un enorme atractivo para la migración y la peregrinación religiosa interna y externa. Pero también era una ciudad altamente brutal y sanguinaria con quienes llegaban a denunciarla como una ciudad derramadora de sangre inocente.
Tan solo basta recordar el lamento: “Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y a los que te son enviados…”. Jesus va a tomar Jerusalén acompañado, además del puñado de discípulos abrumados por el temor; por las sombras de los profetas asesinados y las sombras de los galileos que, no hacía mucho, fueron masacrados por Pilato, quien, en el culmen de su crueldad, mezcló la sangre de los galileos con la de los sacrificios.
El gesto de Jesus en el Templo, la toma de Jerusalén pasaba por su “deslegitimación”, origino tal conmoción en la ciudad, como si el “fin del mundo” hubiera llegado. No solamente porque éste reducía el sistema vigente y su principal signo de esplendor a su mínima expresión e inutilidad total; sino porque quien lo realizaba era un “sucio” galileo procedente de Nazaret, el pueblo que en la “gente bien” provocaba la pregunta con respuesta negativa implícita: ¿algo bueno podría salir de allí?
A pesar que la conmoción cedió el paso al silencio y a la calma; ya nada volvería a ser igual. Algo se había roto, los diques de contención. Los cimientos habían sido removidos y algo demasiado brutal, cruel e irracional se alzó. Jerusalén había sido tomada por una chusma galilea. En la calma se respiraba violencia. Y con razón, diría la “gente bien”. Su vida, sus costumbres, sus leyes, sus instituciones, sus autoridades, todo se estaba yendo al traste.
Ya nada sería igual pero había que recurrir a medidas extremas para devolver la vida a sus cauces normales. Todo había quedado en evidencia y, era de necesidad superior hacer lo que nunca se había hecho: entregar a uno de los suyos a las fuerzas de la “pax romana”, a los pacificadores que con violencia y muerte devuelven la “paz y la seguridad”. La muerte de unos cuantos alborotadores a cambio de la “tranquilidad” de toda la nación….
Eso se hizo y unos días después, el Nazareno estaba siendo crucificado, cual delincuente político, con dos de sus seguidores. Tras este hecho quedó una estela de negación, traición, prevaricación, arbitrariedad e impunidad que el tiempo no ha podido borrar y la historia religiosa nunca pudo plenamente disimular y menos ocultar toda esta trama de un vil asesinato cuya impunidad encuentra eco en todos los asesinados de la tierra cuya sangre clama por justicia, como la sangre de Abel.
La muerte del Nazareno, condenado por las leyes “divina” y humana y asesinado por la autoridad humana, pudo quedar impune. Pero el Dios del reino y de la justicia, al que Jesus le llamaba Padre y nos enseñó a llamarle Padre, le hizo justicia. El Dios de toda justicia lo levanto de los muertos y lo convirtió en memoria viva. El signo de vida que vence a la muerte, el signo de justicia que vence a la impunidad, el signo de una esperanza viva que mueve a un pueblo a celebrar y proclamar la vida en la denuncia de la impunidad y la demanda de justicia.
Por ello, la comunidad que participa de la fe del resucitado, de Aquel a quien Dios le hizo justicia al levantarlo de la muerte; desde el principio y a través del tiempo denuncia y condena la impunidad del sistema de muerte y sus servidores y proclama al Dios de toda justicia, de manera incansable, en cada muerte injusta y violenta: “ustedes mataron al autor de la vida, pero Dios le levanto de la muerte, le resucito de entre los muertos”
Y es la razón por la que hoy, nosotros participamos de la simbólica “toma de Lima”, acompañados de la sombra de nuestros muertos que aguardan justicia, para denunciar este sistema, con todas sus instituciones, leyes y servidores, corrupto y criminal y anunciar un orden querido por Dios, donde las moradas nunca más, sean de discriminación, injusticia, violencia y muerte; sino moradas de vida, justicia, bienestar y compañerismo fraternal.
La “toma de Lima”, ya está, nada volverá a ser igual, los “galileos” de hoy la tomaron. Y, asi tengamos que pasar por el valle de sombras de muerte de un “viernes de oscuridad”, no nos quedaremos allí, la luz de la justicia de la vida será nuestra guía para construir una nación donde nadie sobre, nadie sea excluido y nadie sea privado de la vida con impunidad. Y donde nuestros muertos resuciten como memoria viva para alentar el camino de la vida plena. Entonces será resurrección.
0 comentarios