(Tomado de Lupa Protestante)
Llama la atención en nuestros días el apoyo incondicional que recibe Israel de países con tradición evangélica, a pesar de las atrocidades que está llevando a cabo en Medio Oriente. La razón no es otra que reconocerlo como el pueblo elegido de Dios, al que hay que apoyar o ensalzar a cualquier precio.
Pero esto es un atentado a la razón y a la historia hebrea. Efectivamente, Israel fue elegido por Dios para serle un pueblo especial (Dt. 7.6), entró en Canaán y conquistó la tierra prometida para establecerse allí por generaciones, según la promesa dada a Abraham, Isaac y Jacob (Dt. 9.5).
Israel debía seguir la ley de Dios, una ley fundamentada en la justicia (Dt. 16.20), el perdón (Dt. 15.2), la misericordia (Dt. 15.7) y la generosidad (Dt. 15.12-14). Las consecuencias de la obediencia y la desobediencia están recogidas en un texto inquietante, Deuteronomio 28. Llama la atención la proporción de los textos ya que, de los 68 versos que tiene el capítulo, solo el 21% está dedicado a las bendiciones de la obediencia y el 79% está dedicado a las consecuencias de la desobediencia. Parece un pasaje premonitorio.
Hay suficientes testimonios en las Escrituras que certifican que Israel no actuó de acuerdo a los preceptos de Dios, sino que, haciendo gala de su dureza de corazón (Sal. 81.12; Jer. 7.24), la maldad adornó su existencia. He repasado los libros de Reyes y Crónicas, y es escandalosa la proporción de reyes de Israel y de Judá que hicieron lo malo ante los ojos de Yahveh, nada más, y nada menos, que el 75% de los monarcas. Solo Asa, Josafat, Joás, Amasías, Azarías, Jotam, Ezequías y Josías hicieron “lo recto ante los ojos de Yahveh”. La expresión usada tiene que ver con “errar”, “pecar” (ht’): la mayor parte aparece en Levítico (116 veces) y una cuarta parte aparece en los libros de Reyes (78). La etimología del término (“errar un objetivo”) y los contextos, señala R. Knierim, “muestran que el criterio de la “falta” no son unas leyes determinadas, sino la lesión de una relación comunitaria” (DTMAT, II: 760, Madrid: Cristiandad, 1978). En este sentido, no es tanto faltar contra la ley (que también), sino destruir una relación. Eso es el pecado. Por ello, como he señalado en otros lugares, pecado, según veo en la Escritura, es una maldad contra otra persona.
Hubo dos grandes crisis en la historia de Israel que se interpretan como el hastío de Yahveh ante la maldad de Israel. En la primera, Asiria invade Israel en el año 722 a.C. (diez de las doce tribus desaparecen del mapa); en la segunda, Babilonia lleva cautivo a Judá en el año 586 a.C. Las advertencias proféticas no tuvieron la respuesta deseada y la maldad campó a sus anchas en el pueblo elegido de Dios. Las consecuencias fueron dramáticas, y nos cuenta la historia bíblica que Dios usó a naciones poderosas para llevar a cabo sus propósitos de castigar a Israel.
Ser el pueblo elegido de Dios no garantiza que Israel actúe de acuerdo a los preceptos divinos. Si nos atenemos a la historia, la mayor parte de ella está caracterizada por la maldad. Y yo me pregunto, ¿por qué ha de ser diferente en nuestros días? ¿Cómo es posible que el pueblo evangélico justifique el genocidio que Israel ha llevado a cabo en Gaza en pleno siglo XXI? No se me malinterprete, no soy antisemita. Israel tiene derecho a defenderse cuando sufre un atentado o amenaza por parte de otros pueblos, pero en ningún caso puedo justificar la matanza indiscriminada del pueblo palestino con la excusa de sentirse el pueblo elegido de Dios porque, históricamente, ese pueblo ha hecho lo malo ante los ojos de Yahveh y, desde mi punto de vista, ahora está pasando lo mismo.
Es dramático ver las noticias. Cada 12 minutos moría una persona en Gaza durante el primer año de conflicto armado entre Israel y Hamás . ¡Cuánta violencia! ¡Cuánta masacre! ¡Cuánta impiedad! ¡Cuánta injusticia! Cuando la solución se busca solo en el conflicto armado, usando la fuerza, el desvalido, el pobre, el que no tiene recursos, el que no cuenta, es el que paga el precio más alto.
El pecado de Israel es el de la soberbia. Creyéndose el pueblo elegido por Dios y apoyado por la nación más poderosa de la tierra, se concede a sí mismo el derecho de atropellar los derechos humanos, de masacrar a una población, de expulsar a la gente de su tierra, y de destruir sus hogares. Ya solo ha faltado escuchar recientemente los planes de Donald Trump para vaciar Gaza deportando a los 2 millones de personas que allí “viven” hacia Egipto y Jordania y convertir Gaza en la “Riviera de Oriente Medio”.
Soy cristiano, protestante, pero no quiero formar parte de ese ejército de creyentes que, víctimas de una interpretación sesgada de la Escritura y abanderando un fundamentalismo ultraconservador, apoyan a Israel y justifican la violencia desproporcionada con la que actúa. Por ello, en la línea de los profetas bíblicos, quiero denunciar el pecado de Israel.
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